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Av. Las Heras 1983 1º CABA, Argentina
Av. Las Heras 1983 1º CABA, Argentina
Un resuello en la tormenta
por Rocío Canut
Cuando Tomás me pidió que contara la historia, lo dudé mucho. Pero me puse a pensar que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros, que auqnue tratemos de pechar para un lado, el destino nos termina llevando hacia donde tenemos que ir. Y si el que manda puso a prueba a nuestra familia, será porque quizás habrá que dar testimonio de ello.
El caballo siempre estuvo presente en mi familia, siempre fue motivo de unión. Fue mi refugio y el de toda mi familia ante cada evento familiar que nos tocó atravesar. Cuando Dios mandó a llamar a mamá, al otro día estábamos en el campo ensillando. Fue mi primera enseñanza: el caballo logra que una familia destruída, por un segundo, piense en otra cosa.
Pasaron los años y otra vez el cáncer apareció en mi familia. El mismo día que estaba corriendo la semifinal en Jesús María 2017, mi hermana estaba recibiendo su diagnóstico de carcinoma mamario. Fue un viaje larguísimo el de esa vuelta. Llegué a casa y Belén me pidió que vaya igual a Otoño 2017. "Andá a correr y salí campeona", fueron sus palabras. Y así fue que la Capitana con una lesión grave nos regaló un campeonato en una situación de mucho dolor familair. Y en ese momento, y por ese día, mi familia tuvo paz. Otra vez, una simple yegua criolla nos daba un minuto de sosiego y me dejaba cumplir una promesa.
Pasó el tiempo y de repente me convertí en la protagonista de la historia. En octubre de 2018 me detecté un nódulo mamario. Cómo será el destino que me lo descrubí en el aniversario de una persona muy especial para mí. La vida con ángeles de la guarda así es más fácil. Estoy segura que vos, Charly y Mamá me salvaron la vida ese día.
Esa era la semana en que se hacía la exposición de Firmat, donde iba a llevar a debutar a Trenza de 8, y Jarilla iba a volver después de una grave lesión que la dejó afuera del circuito del año. Sinceramente, no tenía ganas de viajar. Viendo el panorama que se me avecinaba, sentía que no tenía sentido ir, ya que si clasificaba iba a ser muy poco probable que pudiera ir a semifinales. Pero una vez más mi familia me convenció que vaya a despejarme, previo a la punción pautada la siguiente semana.
Fue un fin de semana muy sensible para mí y ahí estaban mis chicas, como yo les digo, para despejarme la mente aunque sea por dos días. No me pasa con todos los potrillos nacidos en el campo, pero po casualidad o causalidad, con estas dos yeguas tuve una historia desde el primer minuto de vida.
Jarilla nació al borde de un badén con agua, una tardecita de octubre. Me acuerdo que vi un punto negro y fui corriendo al final del potrero y la saqué del agua. Pocas veces vi un bicho tan feo. "Negra y fiera", concluí a primer golpe de vista, pero ahí mismo decidí que iba a ser mi montada.
Trenza de Ocho al día de nacida tuvo una infección grave que tuvimos que tratar. Lo recuerdo como si fuera ayer, intentando morderme cuando le inyecté su primer antibiótico. Establecí una conexión desde ese primer día. Trenza es de esas yeguas que tienen una sensibilidad especial que la hace expresar una nobleza que no se ve en muchos caballos.
Hoy en día pienso en que todos tenemos un destino. Sobre las personas estaba segura, pero ¿será que los caballos también lo tienen? Hasta hace un año pensaba que no; hoy en día, sinceramente, no estoy tan segura. ¿Estaba predestinado que ellas iban a ser mis compañeras en esta etapa especial de mi vida? Creo que nunca lo sabré.
En Firmat, la Negra clasificó a la semifinal del corral. Y a los pocos días, tuve la confirmación de que lo que tenía era cáncer de mama.
Le pedí a mi médico que retrasara la cirugía y los estudios previos para ir a Trenque Lauquen, a ver si podía clasificar a Trenza de 8 a la semifinal de rienda. Estaba segura que si iba a quimio no iba a poder de ninguna manera ir a competir al corral, con lo cual, largué a la Negra al campo. “Para el año que viene”, pensé. Pero en otras de las casualidades de la vida, me puse a charlar con alguien a quien respeto y admiro mucho. Otro bicho de los raros que tenemos el gusto de conocer en este ambiente. Él fue el que me hizo ver que cuando teníamos un caballo entre las piernas, estábamos bien. Que no dejara nada, que yo iba a poder hacer lo que quisiera. “Vos preparate y andá a ganar, que sabes cómo hacerlo”, me dijo. Gracias por darme la confianza que me estaba faltando. En Trenque tuve mi primer indicio de lo que iba a ayudarme mi familia criollera. Para mi sorpresa vi muchos corredores que se fueron al Verijero a apoyarme. Todos sabemos que los paleteros, si no hay vacas, no se interesan. Gracias por ese día, ustedes saben a quienes me dirijo. Volví con Trenza clasificada y saqué a Jarilla del retiro; decidí que pase lo que pase, lo iba a intentar.
Pasó la cirugía, a la semana estaba ensillando y comencé a preparar las yeguas para las semifinales. Poco después, llegó la confirmación de que iba a tener que atravesar las tan temidas quimioterapias. Ese fue el día fue en el que caí en la que me estaba metiendo: la quimioterapia genera mucho miedo y desconcierto. La cabeza te va a mil y empiezan todos los temores y te preguntás qué va a quedar de vos en el proceso.
Con algunas artimañas me las ingenié para retrasar las quimios lo más que se podía y sincronizarlas de manera de poder tener la mayor cantidad de días entre quimio y competencia para poder recuperarme de los efectos secundarios y llegar de la mejor manera posible para Jesús María y, tal vez, para Palermo. A medida que iba pasando el tratamiento, iba notando los cambios en mi cuerpo. Pero cuando llegaba al campo a ensillar todas las mañanas arriba de mis criollas, sentía que todos los efectos secundarios desaparecían. Ahí y por ese instante volvía a ser yo,y mi cabeza se trasladaba a otro lugar.
La tercera quimioterapia me agarró con bajas defensas, pero decidí que me la hicieran igual porque sino, no me iba a poder recuperar para viajar a Jesús María. Gracias a mi familia y médicos por dejarme hacer esa jugada.
En cada quimio iba recibiendo una manta con notas de todos mis amigos y familiares. Me hacían videos que yo veía y lloraba en la sala. Gracias a todos y cada uno de los que dedicaron un minuto de su vida, ya sea escribiendo, filmando, rezando, meditando.
En ese momento crucial en el que estás sola en ese lugar tan temido, necesitás todo tipo de apoyo; y ahí estaba una vez más mi familia criollera apoyándome, como desde hace tantos años.
Hasta que no llegué a Jesús María no estuve tranquila de que lo iba a poder hacer. Unos días antes, volvieron a golpear a mi familia: la enfermedad nos volvió a tocar de cerca y llegó de vuelta la frase, “vos andá y gana”. La verdad que nunca pensé que lo iba a hacer.
Cuando gané la semifinal me di cuenta que estaba cerca. Ese mismo día, Trenza me llevó a Palermo. Aclaro que fue ella, porque mi cabeza no estaba en la semi de rienda. Sólo estaba esperando que llegue la tarde para entrar a ese corral a cumplir un sueño y una promesa.
La final me dejó otra sorpresa y no fue el campeonato. Con cada vaca iba flaqueando y sentía que era un error estar ahí, que no iba a poder y que se me iba a escapar. Pero ahí estaba un hermano del alma diciéndome: “Turca, no te entregues”. Estaban mis compañeros de corrida caminándome la yegua, preocupándose porque me veían pálida; y estaba esa tribuna dándome energía, pero la mayor sorpresa me la dio Jarilla. Siento que ella sabía que no daba más y en ningún momento intentó bajar su rendimiento. Siendo nueva y con un gran temperamento, nunca en mi vida la noté tan tranquila como ese día. Era como si supiera que yo dependía de ella; y me llevó hasta el final. Y por eso le estoy eternamente agradecida.
En Otoño, Trenza me llevó a otra final y me regaló el primer volapié de toda mi vida. No pude llevarla a donde ella se merecía; ya mis piernas no eran las mismas, pero principalmente mi cabeza ya se estaba agotando con tantas emociones.
Siempre pensé que con los años la relación con los caballos iba a ir cambiando y que iba a ir perdiendo ese entusiasmo por los avatares de la vida y las responsabilidades diarias. Pero la realidad es que cada criollo que entra en mi vida se va quedando con una parte de mí. Cada caballo te va acompañando en una etapa determinada y se va asociando con recuerdos, lugares, personas. Esa conexión que se establece con cada yegua es muy difícil de describirla en palabras. Fui educada con la premisa que al caballo hay que doblegarlo, que hay que ser alfa para poder dominarlo. Pero en este tiempo aprendí, que para que un caballo te entregue el máximo rendimiento te tiene que respetar, sí, pero también tiene que haber una relación de amor y respeto mutuo. Ellos son seres altamente perceptivos y cuando confían en su jinete, se entregan mucho más de lo que con las ayudas somos capaces de pedirles. Entréguenle el corazón y tengan por seguro que les entregarán el suyo. Es en ese momento cuando se forma un binomio.
De todo esto puedo decirles que el cáncer fue y será mi mejor maestro. Le voy a agradecer toda la vida. Nunca en mi vida me sentí tan querida y contenida por mi familia y amigos y no me va a alcanzar la vida para devolver todo el cariño que recibí en estos meses.
Una vez leí que la vida te quiebra en mil pedazos para que entre la luz y yo siento que es así. Uno crece en los momentos duros. Es muy irónico que cuando más tenes que empujar en la vida es en los momentos que menos energía se tiene. Pero hay que seguir, siempre hay que seguir. Tenemos que aprender a rearmarnos, a hacer las paces con las circunstancias que nos tocan y continuar. Nadie puede elegir lo que le toca, pero sí puede elegir qué hacer con lo que le toca.
Yo no soy ejemplo de nada. Nunca quise hacer un circo de algo tan delicado como lo es mi salud, pero sentí que si Dios me lo mandó, fue porque tenía que hacer algo con esto, y que si ayudaba a una sola persona que estuviese luchando esta guerra, ya me podría dar por pagada.
Un párrafo especial para mi tan querida familia que me apoyó siempre. A mi Viejo, que estuvo en cada paso de esta historia; que me practicaba a Jarilla en los días post quimio que no me sentía bien; que estaba ahí afuera, en ese corral en Jesús María, con el alma en la mano, pero nunca demostrándome su miedo, sino que, al contrario, me daba confianza. Sos un genio, viejo querido. A mi hermano, que supervisaba cada práctica y me llamaba después de cada vaca para corregirme y darme aliento; y a mi cuñada que me apoyó en cada quimo; y a mis sobrinos, que me sacaban una sonrisa en esos días grises. A vos, hermana querida, que fuiste mi sostén psicológico y mi guía en este proceso. Y a todas mis amigas: las de toda la vida y a las de los criollo; a mis hermanos del alma, que siempre estuvieron ahí cuando flaqueaba; a esa familia que me adoptó como una hija y una hermana más. A todos los que de una manera u otra formaron parte de esta historia les debo todo esto. Porque sepan que nadie en la vida hace nada solo si no tiene un grupo de gente atrás que lo apoye. Somos lo que nuestro entorno hace de nosotros, nunca lo olvidemos.
A ustedes, mis chicas, gracias por dejarme protagonizar esta historia. Me dieron mucho más de lo que podía pedirles. Fueron mi resuello en los momentos en que la paz faltaba.
No dejemos de agradecerle a la vida por permitirnos vivir esta pasión: un privilegio que pocos podemos disfrutar.
¡Se los quiere a todos!